30 enero 2010

Las espigas surrealistas

De ella decía Dalí que era mitad ángel, mitad marisco. Se la ha vinculado a la Generación del 27 y al Movimiento Surrealista. Pero Maruja Mallo (Viveiro, 1902-Madrid, 1995) fue mucho más que todo eso.
Tremendista, meticulosa, mujer de gran carácter, su imagen está también ligada a la modernidad de los años 80. La Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que fue aluLmna, abre por primera vez sus puertas a una antológica protagonizada por una mujer. Son más de 140 obras que hablan de su forma de entender el arte y del papel que jugó en el mundo artístico.

La Guerra Civil le sorprende en plenas misiones pedagógicas en Galicia. Intenta escapar por Portugal, pero su marido, miembro del POUM es devuelto a España. A ella le ayuda la poetisa chilena Gabriela Mistral, embajadora de Chile en Lisboa. En 1939 pinta la que para ella es su obra más importante, su particular Guernica. La titula El canto de la espiga y forma parte de la serie La religión del trabajo, unas pinturas de trazo muy definido en las que ensalza el mundo del trabajo en el campo. Como hace otras muchas veces, falsifica la fecha y pone 1929 para hacer ver que era un encargo de la República. De los años de América lleva a su obra los retratos de gente de otras razas, de flores ajenas a Europa, de objetos marinos encontrados en sus largos paseos por las playas.

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